Seca las piezas de pollo con papel absorbente.
En un bol grande, bate 480 ml de suero de leche (si no lo encuentras, mezcla 480 ml de leche entera con el zumo de medio limón y deja reposar 10 minutos) con 1 cucharada de salsa picante, 1 cucharadita de sal, 1/2 cucharadita de pimienta negra molida, 1 cucharadita de ajo en polvo, 1 cucharadita de cebolla en polvo y 1 cucharadita de pimentón dulce.
Añade las piezas de pollo a la mezcla, remueve para que queden bien cubiertas, tapa el bol y refrigera al menos 4 horas o, preferiblemente, toda la noche.
Saca el pollo del frigorífico 30 minutos antes de freírlo y deja que se atempere.
En una fuente amplia y poco profunda, mezcla 250 g de harina de trigo, 60 g de maicena, 1 cucharada de levadura química, 1 cucharadita de sal, 1 cucharadita de pimienta negra molida, 1 cucharada de pimentón dulce, 1 cucharadita de ajo en polvo, 1 cucharadita de cebolla en polvo y 1/2 cucharadita de cayena.
Reboza cada pieza de pollo en la mezcla de harina, presionando ligeramente para que la cobertura se adhiera bien; coloca las piezas rebozadas sobre una rejilla apoyada en una bandeja y deja reposar 10-15 minutos.
Vierte 1,7 l de aceite de girasol en una cazuela de fondo grueso y caliéntalo hasta 170-180 °C.
Con cuidado, introduce 3-4 piezas de pollo en el aceite caliente y fríelas 10-15 minutos, dándoles la vuelta de vez en cuando, hasta que estén doradas y el centro alcance unos 74 °C (o hasta que al pincharlas no salga líquido rosado).
Retira el pollo frito con unas pinzas y colócalo sobre una rejilla con papel absorbente debajo para escurrir el exceso de aceite.
Repite el proceso con el resto del pollo, asegurándote de que el aceite recupere la temperatura antes de cada tanda.
Sirve inmediatamente y guarda las sobras en un recipiente hermético en el frigorífico hasta 3-4 días.