Lava bien 2 patatas grandes sin pelar (o pélalas si lo prefieres).
Corta las patatas en rodajas de unos 1,5 mm de grosor con una mandolina o un cuchillo bien afilado.
Enjuaga las rodajas con agua fría hasta que ésta salga transparente para eliminar el almidón.
En un bol grande, mezcla 500 ml de vinagre blanco y 500 ml de agua fría.
Sumerge las rodajas de patata en la mezcla y déjalas reposar entre 30 y 60 minutos.
Escurre las patatas y sécalas totalmente con papel absorbente o un paño limpio.
Calienta 1 l de aceite de girasol en una olla de fondo grueso a 175 °C.
Fríe las patatas en tandas pequeñas durante 3–5 minutos, hasta que estén doradas y crujientes.
Saca las patatas con una espumadera y déjalas escurrir sobre una rejilla colocada encima de una bandeja.
Espolvorea inmediatamente cada tanda con 1 cucharadita de sal marina fina.
Deja enfriar completamente antes de servir y conserva las sobras en un recipiente hermético a temperatura ambiente hasta 2 días.