Si no has comprado el bacalao ya desalado, sumérgelo en agua fría durante 48 horas, cambiando el agua cada 8 horas; una vez desalado, seca muy bien los lomos con papel de cocina.
En una cazuela de barro o sartén honda de fondo grueso, calienta 500 ml de aceite de oliva virgen extra a fuego muy suave (60–70 °C) y confita los 4 lomos de bacalao con la piel hacia arriba durante 8–10 min hasta que suelten gelatina; retíralos y resérvalos.
Sube el fuego a medio-bajo y añade los 6 dientes de ajo laminados y las 2 guindillas; dora suavemente hasta que estén aromáticos (2–3 min) sin que se quemen; retíralos y resérvalos.
Deja templar el aceite unos 5 min. Fuera del fuego (o al mínimo), añade poco a poco el jugo gelatinoso que soltó el bacalao y, con un colador fino o varillas, remueve con movimientos circulares y continuos hasta emulsionar y obtener una salsa cremosa; si se corta, incorpora 1 cucharadita de agua fría y sigue batiendo.
Introduce de nuevo los lomos de bacalao en la cazuela con la piel hacia abajo y caliéntalos 2 min moviendo la cazuela para impregnar bien en la salsa.
Sirve inmediatamente decorado con los ajos y las guindillas reservados y acompaña con pan para mojar en la salsa.